Cuál es la raíz de Córdoba, ¿romana o mora? Puede parecer una pregunta tonta. Pero no, la pregunta tiene su por que. En general se piensa que es una ciudad cuyas raíces, rasgos y forma de vida, corresponden a una ciudad occidental, europea. Pero si uno se fija en los folletos publicitarios comúnmente existentes para atraer turistas, en las “puesta en valor” del poder político, tanto local como autonómico, si te dejas llevar por los reclamos que exhibe la ciudad, parece como si todo hubiera empezado en 711 con Tariq y su lugarteniente el-Rumí. Si añadimos al panorama los sobrevenidos habitantes vestidos a la usanza mora, bien sean conversos o inmigrados, te puede asaltar la duda de que, si se empeña la propaganda, acabará siendo mora. En conjunto se percibe un nostálgico regustillo a, como dice la copla: Córdoba la sultana, Córdoba mora.
Cabe la esperanza de que algunos visitantes, más puestos en “cultura de la buena”, probablemente conozcan que Córdoba se asienta sobre cuatro robustas columnas: Séneca, Osio, Averroes y Maimónides: Lo dijo Julio Merino, que distribuyó equitativamente la cosa en el año 1977, en su Academia de Córdoba. Naturalmente que en la galería de hombres ilustres –no tengo noticias de alguna mujer, ni tampoco soy misógino-, hay para dar cantidad; no sólo Julio Romero de Torres, cuya pintura me entusiasma. Cuando voy de visita a Córdoba, no pierdo ocasión de pasar por su fascinante Museo, frente al Potro de Cervantes. Ni sólo Manolete –ojo, el califa, no el cesar-, que tuve ocasión de verlo, de la mano de mi padre, no sé cuantos años hace, en el derruido Coso de los Tejares, donde hoy está El Corte Inglés –sin ánimo de hacer propaganda, ni lo contrario.
Como digo, dejándose llevar por la propaganda dominante, a uno le parece que la historia de Córdoba es sólo Andalusí. Aunque con alguna reserva, de parte de los entusiastas del Legado, los puros, en lo referente a los Omeyas; a fin de cuentas, impuros neo bizantinos, malos musulmanes, borrachos de vino de Monte de Ullia (Montilla). Montilla y su famoso vino ya existían cuando andaban por Qurtuba los Omeyas, que por cierto supieron apreciarlo.
Pero lo que sí emborracha es la exclusiva abundancia, en toda Andalucía, de lo almohade y lo nazarí. Las estampas privilegiadas son la Alhambra y la Giralda. La culpa no se la podemos echar, a aquellos viajeros románticos, escritores, poetas, músicos, que en el pasado tanto promocionaron esos manidos rincones y escenas de nuestro pasado, que miraban el paisaje con anteojeras afectadas. No sería justo. Son expresión libre del arte. Pero, ¿eso es todo, no hay nada que añadir?
Parece increíble que haya que recordar ciertas cosas. Porque Córdoba, fue una fundación romana. Lo hizo Marco Claudio Marcelo, en 152 a.C., para la que adoptó el nombre primitivo con el que era conocido un poblado indígena junto al que instalaron su campamento: Corduba. Después, Corduba, siguió siendo romana cerca de 8 centurias. El currículo de Claudio Marcelo, el fundador –o como se dice en latín, el cursus honorum- era brillante: pontífice, tribuno de la plebe, pretor, cónsul por tres veces, senador y consular diplomático. Fundó una ciudad para la civilización occidental, sobre la nada. A los que vinieron detrás sería justo que, históricamente, se les requiera el saldo entre lo recibido y lo aportado.
Después vino un torrente de alma civilizadora: lengua universal, leyes, acueductos, puentes, caminos, formas políticas, genio práctico y organizador y todo lo que sabía de filosofía, arte y ciencia. Y la tierra dio sus frutos. Quiero suponer que estamos orgullosos de Trajano, Adriano, los dos Sénecas, y Lucano, no sólo porque hubieran nacido en Corduba. Dice el ideólogo, escritor y profesor español, Ernesto Giménez Caballero (1899-1988), que “Córdoba sería la ciudad imperial por excelencia en la historia de España hasta que Toledo le arrancara un día ese título bajo el catolicismo”. El saldo del tiempo es también favorable a la Corduba romana, frente a Qurtuba musulmana: 600 años de romanización occidental, más 200 años de romanización oriental bizantina; frente a 525 años bajo dominación musulmana, de los que sólo la mitad fueron para los Omeyas; el resto, es otra cosa. Total, mucha mediática de los tiempos que corren.
Frente a esa realidad objetiva de la historia, nada que ver con la memoria histórica que cada uno tenga o le hayan "educado", resulta insólito comprobar que las huellas arquitectónicas romanas que se pueden ver hoy día, en la Córdoba del siglo XXI, son desproporcionadamente pobres en su exhibición y poco representativas de su portentoso pasado romano.
Porque también a Andalucía han llegado los problemas que acarrea el nacionalismo identitario. Hay que decirlo; finalmente el Estado de la Autonomías ha generado una plaga contagiosa. Basta con navegar por Internet, a la búsqueda de la palabra al-Ándalus, para quedarse pasmado y llevarse las manos a la cabeza, a la vista de la cantidad de fantasías y mediocridades históricas que se exponen como consignas ideológicas de lucha y conquista, que nada tienen que ver con la divulgación de la historia. No son historia, son ideologías combatientes. Se fabrican falsas identidades como si fueran atributos categóricos. En el fondo, constituye un claro proceso de intención de dominio de una comunidad por otra.
Profesionalmente soy un economista, que desde su jubilación disfruta indagando y escribiendo sobre casi todo lo que se mueve en la actualidad de nuestro mundo. Inevitablemente se cae en la cuenta que para poder entender el presente hay que recurrir a la historia. Son muchas las lecciones pendientes que se descubren. Y en eso estoy; convertido en una aficionado de la historia, que se da cuenta que la mejor manera de aprender algo es escribirlo al hilo de su propia reflexión.
Cualquiera que haya vivido en Córdoba, como yo, acaba por contagiarse del ambiente de las mil y una noches de ciertos grupos dominantes de intelectuales, políticos y demás medios locales, especialmente de izquierdas. Tengo cosas escritas sobre Qurtuba y los Omeyas. Pero desde hace tiempo se me quedó clavada la espina que deja descubrir el peligro que representan los olvidos intencionados o inconscientes. ¿Pero entonces Roma? Ahora puedo. Me puse a escribir con el propósito de aclararme las ideas, a mí mismo. El resultado, por ahora, ha sido una quincena de páginas, en las que intento poner orden en la historia de Corduba, pero no sólo. Ha sido inevitable que resulte una especie de ensayo crítico sobre el injusto olvido con que las fuerzas dirigentes, intelectuales orgánicos y demás, tienen condenado el pasado fundacional de la ciudad. Se trata de algo más que una calle a Claudio Marcelo y al gran benefactor de la ciudad que fue Augusto.
Estas líneas son una reseña de esa quincena de páginas, con las que propongo romper una aventurada lanza en pro de la Córdoba romana. Las he titulado El abandono de la raíz romana de Córdoba, que he dividido en seis partes, que iré postando en este blog personal sucesivamente. Los títulos de dichos capítulos son los siguientes:
1. El estremecimiento del presente
2. La fundación: de las sombras al albor
3. Los hechos de la Corduba romana
4. La vuelta al crepúsculo
5. Muñones y reliquias
6. Siguiendo el rastro.
Espero que esta serie sea un buen augurio para la inauguración de este nuevo blog que me propongo gestionar con el depurador nombre de: aguacorriente, por aquello del dicho popular, “mierda no consiente”. Quizás a algún alma sensible le resulta una expresión destemplada; me disculpo. Pero aclara meridianamente lo que pretendo.
Francisco J. Manso
Economista, escritor
Cabe la esperanza de que algunos visitantes, más puestos en “cultura de la buena”, probablemente conozcan que Córdoba se asienta sobre cuatro robustas columnas: Séneca, Osio, Averroes y Maimónides: Lo dijo Julio Merino, que distribuyó equitativamente la cosa en el año 1977, en su Academia de Córdoba. Naturalmente que en la galería de hombres ilustres –no tengo noticias de alguna mujer, ni tampoco soy misógino-, hay para dar cantidad; no sólo Julio Romero de Torres, cuya pintura me entusiasma. Cuando voy de visita a Córdoba, no pierdo ocasión de pasar por su fascinante Museo, frente al Potro de Cervantes. Ni sólo Manolete –ojo, el califa, no el cesar-, que tuve ocasión de verlo, de la mano de mi padre, no sé cuantos años hace, en el derruido Coso de los Tejares, donde hoy está El Corte Inglés –sin ánimo de hacer propaganda, ni lo contrario.
Como digo, dejándose llevar por la propaganda dominante, a uno le parece que la historia de Córdoba es sólo Andalusí. Aunque con alguna reserva, de parte de los entusiastas del Legado, los puros, en lo referente a los Omeyas; a fin de cuentas, impuros neo bizantinos, malos musulmanes, borrachos de vino de Monte de Ullia (Montilla). Montilla y su famoso vino ya existían cuando andaban por Qurtuba los Omeyas, que por cierto supieron apreciarlo.
Pero lo que sí emborracha es la exclusiva abundancia, en toda Andalucía, de lo almohade y lo nazarí. Las estampas privilegiadas son la Alhambra y la Giralda. La culpa no se la podemos echar, a aquellos viajeros románticos, escritores, poetas, músicos, que en el pasado tanto promocionaron esos manidos rincones y escenas de nuestro pasado, que miraban el paisaje con anteojeras afectadas. No sería justo. Son expresión libre del arte. Pero, ¿eso es todo, no hay nada que añadir?
Parece increíble que haya que recordar ciertas cosas. Porque Córdoba, fue una fundación romana. Lo hizo Marco Claudio Marcelo, en 152 a.C., para la que adoptó el nombre primitivo con el que era conocido un poblado indígena junto al que instalaron su campamento: Corduba. Después, Corduba, siguió siendo romana cerca de 8 centurias. El currículo de Claudio Marcelo, el fundador –o como se dice en latín, el cursus honorum- era brillante: pontífice, tribuno de la plebe, pretor, cónsul por tres veces, senador y consular diplomático. Fundó una ciudad para la civilización occidental, sobre la nada. A los que vinieron detrás sería justo que, históricamente, se les requiera el saldo entre lo recibido y lo aportado.
Después vino un torrente de alma civilizadora: lengua universal, leyes, acueductos, puentes, caminos, formas políticas, genio práctico y organizador y todo lo que sabía de filosofía, arte y ciencia. Y la tierra dio sus frutos. Quiero suponer que estamos orgullosos de Trajano, Adriano, los dos Sénecas, y Lucano, no sólo porque hubieran nacido en Corduba. Dice el ideólogo, escritor y profesor español, Ernesto Giménez Caballero (1899-1988), que “Córdoba sería la ciudad imperial por excelencia en la historia de España hasta que Toledo le arrancara un día ese título bajo el catolicismo”. El saldo del tiempo es también favorable a la Corduba romana, frente a Qurtuba musulmana: 600 años de romanización occidental, más 200 años de romanización oriental bizantina; frente a 525 años bajo dominación musulmana, de los que sólo la mitad fueron para los Omeyas; el resto, es otra cosa. Total, mucha mediática de los tiempos que corren.
Frente a esa realidad objetiva de la historia, nada que ver con la memoria histórica que cada uno tenga o le hayan "educado", resulta insólito comprobar que las huellas arquitectónicas romanas que se pueden ver hoy día, en la Córdoba del siglo XXI, son desproporcionadamente pobres en su exhibición y poco representativas de su portentoso pasado romano.
Porque también a Andalucía han llegado los problemas que acarrea el nacionalismo identitario. Hay que decirlo; finalmente el Estado de la Autonomías ha generado una plaga contagiosa. Basta con navegar por Internet, a la búsqueda de la palabra al-Ándalus, para quedarse pasmado y llevarse las manos a la cabeza, a la vista de la cantidad de fantasías y mediocridades históricas que se exponen como consignas ideológicas de lucha y conquista, que nada tienen que ver con la divulgación de la historia. No son historia, son ideologías combatientes. Se fabrican falsas identidades como si fueran atributos categóricos. En el fondo, constituye un claro proceso de intención de dominio de una comunidad por otra.
Profesionalmente soy un economista, que desde su jubilación disfruta indagando y escribiendo sobre casi todo lo que se mueve en la actualidad de nuestro mundo. Inevitablemente se cae en la cuenta que para poder entender el presente hay que recurrir a la historia. Son muchas las lecciones pendientes que se descubren. Y en eso estoy; convertido en una aficionado de la historia, que se da cuenta que la mejor manera de aprender algo es escribirlo al hilo de su propia reflexión.
Cualquiera que haya vivido en Córdoba, como yo, acaba por contagiarse del ambiente de las mil y una noches de ciertos grupos dominantes de intelectuales, políticos y demás medios locales, especialmente de izquierdas. Tengo cosas escritas sobre Qurtuba y los Omeyas. Pero desde hace tiempo se me quedó clavada la espina que deja descubrir el peligro que representan los olvidos intencionados o inconscientes. ¿Pero entonces Roma? Ahora puedo. Me puse a escribir con el propósito de aclararme las ideas, a mí mismo. El resultado, por ahora, ha sido una quincena de páginas, en las que intento poner orden en la historia de Corduba, pero no sólo. Ha sido inevitable que resulte una especie de ensayo crítico sobre el injusto olvido con que las fuerzas dirigentes, intelectuales orgánicos y demás, tienen condenado el pasado fundacional de la ciudad. Se trata de algo más que una calle a Claudio Marcelo y al gran benefactor de la ciudad que fue Augusto.
Estas líneas son una reseña de esa quincena de páginas, con las que propongo romper una aventurada lanza en pro de la Córdoba romana. Las he titulado El abandono de la raíz romana de Córdoba, que he dividido en seis partes, que iré postando en este blog personal sucesivamente. Los títulos de dichos capítulos son los siguientes:
1. El estremecimiento del presente
2. La fundación: de las sombras al albor
3. Los hechos de la Corduba romana
4. La vuelta al crepúsculo
5. Muñones y reliquias
6. Siguiendo el rastro.
Espero que esta serie sea un buen augurio para la inauguración de este nuevo blog que me propongo gestionar con el depurador nombre de: aguacorriente, por aquello del dicho popular, “mierda no consiente”. Quizás a algún alma sensible le resulta una expresión destemplada; me disculpo. Pero aclara meridianamente lo que pretendo.
Francisco J. Manso
Economista, escritor
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