martes, 3 de febrero de 2009

LOS HECHOS DE CORDUBA, (III)

Cuando Hispania no era todavía España y Portugal, el gran Viriato representaba la última resistencia ibérica frente al invasor romano. Entre los años 143 y 141 a.C., la Corduba romana estuvo sitiada por Viriato. Un par de años después, en 139, los romanos sobornaron a los lugartenientes de Viriato –Audax, Ditalco y Minuro- para que lo asesinaran. Lo que así hicieron mientras dormía. Cuando fueron al campamento romano a cobrar la recompensa, Quinto Servilio Cepión, pretor entonces de la Hispania Ulterior, acuño la famosa frase de “Roma no paga traidores”. Luego ordenó que los ejecutaran.

No es admisible esa ñoñería circunstancial de que Viriato era un pastor de cabras, para definirlo. Viriato poseía una visión estratégica propia de un general. Sexto Julio Frontino, además de un distinguido aristócrata romano del siglo I, se hizo famoso por sus obras y tratados que luego han tenido un gran aprecio histórico. Precisamente Frontino cita, de un modo destacado, al gran táctico lusitano, “terror de los romanos”, en su obra Estratagemas.

Con la muerte de Viriato puede decirse que se extinguió la antigua Iberia, lo que dio paso en la historia a la nueva Hispania, que en el devenir de los tiempos se convirtió en España. Pero hay que recordar que la conquista no se ultimó hasta después de muchos años de guerras, posiblemente entre los años 27-25 a.C., en los tiempos de Augusto, primer emperador romano.
Las luchas internas de Roma casi siempre daban lugar a enfrentamientos bélicos en la península, especialmente en Corduba por su condición de cuartel central geoestratégico. Por ejemplo, cuando estalló la guerra civil entre el dictador Lucio Cornelio Sila –según Montanelli el inventor del culto a la personalidad- contra Cayo Mario. Un sobrino de éste, el general Quinto Serterio, se implicó en la contienda, que enfrentaba a los demócratas, con el Senado y la aristocracia dirigida por Sila, poniéndose de parte de su tío. La victoria popular le permitió a Serterio, desempeñar el cargo de gobernador de la Hispania Citerior hasta que Sila se hizo dueño del poder en Roma.

Sertorio fue declarado proscrito y se exilió a Mauritania. En el año 80 a.C. regresó a Hispania desde donde continuó con su política contraria a la oligarquía, donde entonces estaba como representante de Sila, es decir el poder de Roma, Quinto Secilio Metelo. En su lucha, Sertorio llegó a controlar toda la provincia Citerior con la ayuda de los lusitanos y otros pueblos indígenas. Pero claro, cuando llegó Cneo Pompeyo a Corduba y puso todo el cotarro a favor de los suyos, los pompeyanos, los cordubenses ayudaron a Metelo a vencer a Sertorio, que fue obligado a refugiarse en los valles pirenaicos donde unos de sus partidarios, el general Perpena, le dio muerte durante la celebración de un banquete. Por cierto que Metelo, cuando regresó a Roma, se llevó consigo una clientela de intelectuales y escritores de Corduba –siempre es políticamente bueno cuidar estos clientes-, lo que posiblemente dio lugar al nacimiento de una escuela de pensadores influyentes dentro de la Urbe, los hispanos.

En el año 49, en la Corduba que ya era una caput provinciae, Julio César se reunió con los representantes de las ciudades de la Hispania Ulterior. Estaba considerada capital de conventus –competencia de naturaleza jurídico-administrativa-. En lo referente a la guerra civil entre cesarianos y pompeyanos, al principio Corduba toma partido cerrando sus puertas al legado pompeyano Varrón. Éste se rindió allí a César, quien pronunció un discurso de agradecimiento a sus partidarios. Es entonces cuando plantó el famoso platanus mencionado por Marcial, situado en los jardines del actual Alcázar de los Reyes Cristianos.

Parece inevitable, pero tengo que referirme a otro conflicto que se produjo en el año 48, también en Corduba. Casio Longino, que estaba como pretor de Cesar en la Ulterior, sufrió un atentado cuando se dirigía a la basílica de Corduba para administrar justicia. Fue rescatado por su guardia. Además, a las puertas de la ciudad se encontraban cinco legiones que entraron inmediatamente, pero Longino les ordenó que salieran, salvo una cohorte de la Trigésima. Longino mandó detener a los implicados que, como solía ocurrir en Corduba, pertenecían a la aristocracia local. El delator fue un tal Licinio Esquilo. El hecho es que consiguieron salvarse después de ser muy generosos con Longino.

Pero la cosa no termino aquí. Aprovechando que Longino estaba en Híspalis, se sublevaron tres legiones de Itálica, al mando de Torio que era partidario de Pompeyo. Se dirigieron a Corduba donde la población, también pompeyana, los recibió con alborozo. El cuestor de la ciudad, que era filo cesariano, pero bastante indeciso, consiguió calmarlos. En cuanto Longino se enteró de la situación, volvió a Corduba lleno de ira y se fue directo a la feraz campiña para quemar las cosechas de los ricos pompeyanos que antes habían comprado su vida. Por precaución, Longino había avisado de la situación al procónsul de la Citerior, Lépido –que luego llegaría a ser un triunviro con Marco Antonio y Octavio-. En cuanto llegó el refuerzo la cosa quedó, de momento, resuelta.

Pero a Cesar no le gustó la actuación de Longino que fue sustituido por Trebonio. Realmente la causa cesariana había llegado a un punto muy peligroso. Animados por los vientos favorables los pompeyanos mandan desde África, en el año 47 a.C., a Cneo Pompeyo –el hijo mayor de Pompeyo- para afianzar la situación. Ya antes de que Cneo Pompeyo llegara a Corduba, la población se sublevó dirigida por dos cordubenses influyentes, Annio Scapula y Q. Aponio, que inmediatamente expulsan a recién nombrado por Cesar, Trebonio. Los insurgentes acuerdan reunirse con Cneo Pompeyo en Carthago Nova (Cartagena), donde lo proclaman imperator. La moraleja es, como un atentado contra Longino, mal resuelto, enciende la chispa del fuego pompeyano que se extiende de forma imparable.

En el año 46 a.C., los hijos de Pompeyo, en prueba de gratitud, conceden a Corduba el primer estatuto colonial de Hispania, que otorgaba a sus moradores la condición de ciudadanos romanos, pasando a ser denominada Córduba Colonia Patricia.

Estando así las cosas de forma tan desfavorable para Cesar, en el 45 a.C., se dirige a la Corduba Patricia, se olvida de los títulos de ciudadanos, de los discursos de agradamiento y siembra del plátano conmemorativo de la visita anterior y decide asediar la ciudad con determinación, combatiendo contra Cneo Pompeyo, su enemigo. El primer encuentro lo tuvieron por el control del puente –puente de madera que fue sustituido, muchos años después, por otro de piedra construido también por Roma en siglo I d.C. Cesar tuvo que retirarse y se dirigió hacia Ategua, mientras Pompeyo se quedó en Corduba para invernar. Ategua se halla situada en la campiña cordobesa, pedanía de Santa Cruz, junto al cortijo de los Castillejos de Teba. Según relata el «Bellum Hispaniense», efectivamente fue conquistada por los cesarianos en el año 45 a.C. Desde el punto de vista arqueológico, Ategua posee restos constructivos que constatan la ocupación humana del lugar desde el Calcolítico hasta la Edad Media, lo que la convierte en un lugar privilegiado para la investigación arqueológica e histórica.

Pero el 17 de marzo del citado más arriba año 45 a.C., cuando en la campiña Cordubesa empieza la primavera, en la llanuras de Munda, se llevó a cabo la última batalla de la guerra civil romana librada entre Julio Cesar (los populares) y los hijos de Pompeyo (los optimates), guerra en la que, finalmente, venció el primero. Tras esta batalla, César, que no olvidó el desaire de los cordubenses, decidió volver sobre la ciudad para asediarla, sin problemas de puentes de madera, y fue tomada al asalto con la orden de su destrucción total como castigo, donde dicen que no quedó piedra sobre piedra y murieron 22.000 cordubenses. Supongo que todos no serían pro pompeyanos. Las cosas de las guerras partidistas.

En cuanto a la ubicación de Munda, todavía es objeto de discusión. Según algunos historiadores está situada cerca de la actual Osuna, mientras que otros la sitúan en las cercanías de la actual Montilla, a unos 44 kilómetros de la actual Córdoba. En esta batalla perdieron la vida Tito Labiano y el hijo mayor de Pompeyo, Cneo Pompeyo, como ya se ha dicho. Cuando Cesar entró triunfante en Roma se hizo nombrar dictador. El 15 de marzo (en los famosos idus) del año 44, el dictador Cayo Julio Cesar fue asesinado en la curia del teatro Pompeyo, precisamente, donde se reunía el Senado de Roma. Le sucedió su sobrino-nieto Cesar Augusto Octaviano con el título de primer emperador romano.

En el año 43 a.C., durante la época del Segundo Triunvirato entre Marco Antonio, César Octaviano y Marco Emilio Lépido, tras el vacío de poder originado por el asesinato de Julio César, Corduba recuperó su papel como centro político de la Ulterior. Llegó a poseer más edificios de uso público y diversión que la propia Roma. Ya en el año 5 a.C., Corduba poseía el mayor anfiteatro del imperio romano –del que se hablará más adelante-, siendo éste referencia para la construcción del gran coliseo romano.

Dice el ideólogo, escritor y profesor español, Ernesto Giménez Caballero (1899-1988), que “Córdoba sería la ciudad imperial por excelencia en la historia de España hasta que Toledo le arrancara un día ese título bajo el catolicismo”. Y añade que “Andalucía fue la tierra de España que antes fundió su alma con la de Roma (luego el litoral tarraconense, luego Lusitania. Las más tardías tierras de romanización: el noroeste Galaico y la Cantabria dura, breñuda y misteriosa.). Córdoba tuvo el sentido imperial que luego se desarrollaría espléndidamente en la Córdoba árabe del Califato [omeyas neo bizantinos]. De Córdoba la romana saldrían, en el mundo antiguo, los dos Sénecas y Lucano el Poeta. No es poca cosa, entre otras, para caracterizar una ciudad como de raíz romana.

A raíz de la estancia de Augusto en Hispania, entre 27 y 25 a.C., se debió acometer otro de los proyectos inconclusos del gran César: terminar la reconstrucción de la nueva Corduba. Según la historia Augusto dividió Hispania en tres regiones: la Bética, la Lusitania y la Tarraconense. Y aunque ha sido objeto de muchas disputas de celos entre sevillanos y cordobeses, como ya se ha dicho, hubo un momento en que la capital de la Bética sí fue Corduba, y no sólo sede de un cierto convento jurídico, como lo eran también el gaditano, el hispalense (Sevilla) y el astigitano (Écija).

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