viernes, 6 de marzo de 2009

La vuelta al crepúsculo (IV)

Puente Romano rehabilitado en 2008. Al fondo puerta de la Calahorra. (foto FJ Manso, 10-3-09)










Y llegamos al siglo V, el de los bárbaros. Comienza la expansión del cristianismo. Etapa de decadencia, guerras y revueltas continuas que se inició ya con el terrible Dioclesiano. El hijo de libertos, autor de la Gran Persecución contra los cristianos, mediantes tres edictos sucesivos en los años 303 y 304 d.C. La capitalidad de la Bética se desplaza de Corduba a Híspalis (Sevilla).

Hispania es arrasada por todo tipo de bárbaros, con especial saña los Vándalos que, aunque no se instalan definitivamente, como pasó con los visigodos, dejan la herencia del cambio de nombre de la Bética por el de Vandalucia. Los vándalos toman la Carthago romana, al otro lado del estrecho, donde se constituyen en el Reino de los Vándalos. Lo del origen del nombre de la actual Andalucía es una cuestión muy debatida y no menos afectada por la romántica e imparable Quimera de al-Ándalus (Serafín Fanjul, Siglo XXI de España Editores, Madrid 2004), que no ayuda en nada a desmitificar esa etapa de nuestra historia, llena de adherencias fantásticas.

La caída del imperio romano occidental arrastra también a las colonias. La vida urbana decae y el país se ruraliza. Los hispanos-romanos empiezan a marchar sueltos de manos por la senda de la historia. En 476, el último emperador romano Rómulo Augústulo –o sea, Augusto el pequeño-, es derrocado por un ostrogodo. Como dice el historiador Antonio Jaén, “Es muy especial la situación de Corduba durante la dominación bárbara, y en realidad no hay ningún dato histórico que pruebe ciertamente su vencimiento hasta la conquista de Córdoba por Leovigildo, en el año 572; es decir, cuando va para cerca de doscientos años que ha desaparecido de las comarcas hispanas el señorío de Roma”. A continuación Antonio Jaén se hace una pregunta inquietante: “¿Qué fue, pues, de Córdoba durante todo el siglo V de nuestra Era y gran parte del siglo VI?” Este vacío es propicio para la novela histórica de bizantinos y vándalos feroces. Algunos afirman que Córdoba siguió siendo Corduba, o sea, fiel a Roma. Lo que daría para casi 8 centurias de romanización.

Es el momento en el que se comprueba la profunda huella que la civilización romana ha dejado, no sólo en nuestra pequeña historia, de tal modo que, más o menos tarde, los propios verdugos del Imperio, se romanizan. Todos dicen ser herederos del “sacro imperio romano”. Todos los reyes y tiranos, más o menos legítimos adoptan los rituales y modos de los emperadores romanos. Y a pesar del incierto devenir del llamado Occidente –Civitas Nostra-, frente al nuevo desafío que le ha relanzado cierto islamismo radical y excluyente, con una visión congelada desde su nacimiento hace más de 1.400 años, el gran y verdadero Legado Romano parece disponer todavía de fuertes y profundas raíces. Ojalá sea algo más que un profundo deseo.

Pero el Mundo sigue y también la historia de Córdoba. Los visigodos ya andaban por Hispania y fue Leovigildo quien convirtió el reino visigodo en un Estado hispánico con capital en Toledo. Para ello tuvo que convertir la monarquía tradicional electiva en hereditaria en sus hijos Recaredo y Hermenegildo (573). Este último quedo eliminado por problemas de rebelión, quedando como único heredero Recaredo. Además tuvo que luchar contra otros poderes presentes en el resto de Hispania: bizantinos al sureste, suevos al noreste, aristocracia bética al sur, cántabros y vascones al norte –por cierto, fundó Vitoria para controlarlos; la eterna historia-. Con respecto a los bizantinos, Leovigildo recuperó Málaga y Baeza en el año 570. Un año después Medina Sidonia y finalmente, en 572, Córdoba. Esta fue una victoria resonante por cuanto antes habían fracasado Agila y Atanagildo.

Volviendo con Recaredo, a mediados del siglo VI, se construyó en Córdoba la Basílica de San Vicente, sobre un templo romano dedicado al dios Sol, sobre el que luego los musulmanes construyeron la Gran Mezquita. Todo un presagio. Recaredo, sucesor de su padre Leovigildo, fue el rey desde el 586 al 601. En el año 589, Recaredo convocó el Concilio de Toledo, adjurando del arrianismo y convirtiéndose al catolicismo.

En cuanto a la Basílica de San Vicente, se edificó en el lugar que hoy ocupa la Mezquita-Catedral de Córdoba. Cuando Corduba fue tomada por los musulmanes, al principio los nuevos amos de la ciudad accedieron a respetar el templo, mientras los cristianos pagasen los tributos exigidos. Pero la ciudad seguía siendo un núcleo duro de los partidarios de Witiza. El caso es que la Basílica fue finalmente expropiada y destruida, hacia el año 786 d.C., para construir, sobre el mismo sitio, la Gran Mezquita, para lo que se aprovecharon los materiales de la derruida Basílica de San Vicente. Quien haya visitado la actual Mezquita-Catedral de Córdoba, habrá visto una extraña pileta de bautismo situada en una de las grandes naves constituidas por un bosque de columnas –la mayoría bizantinas como tantas cosas de la Mezquita-. Es el único recuerdo que se conserva de la Basílica cristiana.

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